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Siete pruebas de la existencia de Dios

Juan Antonio Monroy

Carta a un ateo sobre la existencia de Dios (II)

Siete pruebas de la existencia de Dios

La primera contradicción que yo veo en tu ateísmo es tu propia negación.

24 DE ABRIL DE 2012

Estimado amigo: Dialogo contigo sobre la existencia de Dios sin conocer las causas de tu ateísmo, pero parto del supuesto de que tú eres ateo. En el fondo, puede que el no creer en Dios no sea más que la causa de tu frustración al buscarle por caminos equivocados y no encontrarle. O puede que hayas desembocado en el ateísmo como consecuencia del desengaño religioso, porque hayan querido confinarte a Dios en los límites estrechos de una doctrina particular o, tal vez, en los postulados de un partido político. No sé.
De todas formas, tú eres ateo. Y la primera contradicción que yo veo en tu ateísmo es tu propia negación.  Cuando dices que Dios no existe ya estás pensando en un Ser concreto. Es decir, que en tu mente ya tienes definido al Dios que niegas. Te ocurre lo que a esos famosos escritores ateos que se pasaron la vida escribiendo contra Dios, como Voltaire, como Paine, como Ingersoll, como Ibarreta, como Vargas Vila y como tantísimos otros. Pregunto: si Dios no existe, ¿por qué combatirle? ¿Se pueden emplear vidas y talentos contra un ser inexistente? Si se cree que Dios no existe, ¿se le puede concebir tan bien en la mente y luego rechazarle? ¿No te parece todo esto un poco…¿cómo diría yo para no emplear la palabra absurdo? Un poco… fuera de lugar.
Por supuesto, yo no pienso demostrarte aquí la existencia de Dios. A Dios no se le demuestra, se le siente, eso es todo, se le vive. Lo que voy a hacer es esto: Entre las muchas, muchísimas pruebas racionales que se han aducido para probar la existencia de Dios, yo voy a considerar contigo siete, que es el número perfecto. Nada más que siete. Y fíjate que hablo de pruebas racionales  y no de fe, porque parto del supuesto de que tú careces de fe. Son argumentos que ya expuso Tomás de Aquino, entre otros autores religiosos y filosóficos.
La primera prueba es la del sentido común . La Bruyere decía: “Siento que hay un Dios, y jamás siento lo contrario; esto me basta para deducir de aquí que Dios existe”. Unamuno, con ser más violento que el francés en sus razonamientos, no era menos lógico. “No es nuestra razón –grita desde el fondo de su “Sentimiento trágico de la vida”- la que puede probarnos la existencia de una Razón Suprema… El Dios vivo, tu Dios, nuestro Dios, está en mí, está en ti, vive en nosotros, y nosotros vivimos, nos movemos y somos en Él”.
Si estudias despacio el tema llegarás a la conclusión que te pone ante los ojos Van Steenberghen cuando habla de “Dios oculto”. Los hombres no se rebelan contra Dios, porque eso va contra toda razón, sino contra el abuso que se ha hecho del nombre de Dios. Averroes le llamó Espíritu creador; Aristóteles, Inteligencia que organiza; Espinoza, Principio inmanente; Materlinck, Fuerza instintiva; Marx, Energía material; Fitchte, Yo absoluto. Para Schelling, Dios se llama Naturaleza; para Hegel, también Espíritu; para Schopenhauer, Voluntad; para ti, tal vez, Algo. Todos esos nombres, amigo, valen para Dios y son, de hecho, el reconocimiento de su existencia.
La segunda prueba que te ofrezco es la que se deduce por la jerarquía de las causas, que ya la expuso Aristóteles. El razonamiento es sencillo: No hay efecto sin causa. La silla en la que estoy sentado la hizo un carpintero, usando la madera que sacó de un árbol. Esta tesis se considera un tanto anticuada, pero la verdad es que su argumentación es contundente. Si hay causas creadas que producen efectos, forzosamente tuvo que haber una Causa increada que diera origen a todas las demás causas y estas a los efectos.
Nerée Boubée, en su libro MANUAL DE GEOLOGÍA, dice con todo acierto: “Nada hay eterno en la tierra; y todo, tanto en las entrañas del globo como en su superficie exterior, atestigua un principio e indica un fin”. Ese Principio, esta Causa Primera, es lo que llamamos Dios.
Mi tercera prueba es también aristotélica. En el mundo hay cambio, hay movimiento, y este movimiento nos conduce indefectiblemente a una primera Causa no movida, a un Primer Motor.
Las ciencias físicas nos dicen que la materia es inerte. Luego si la materia es inerte y el mundo material se mueve continuamente, es que hay un Principio fuera de la materia que da vida al movimiento.
Cuando Newton dio con las leyes de atracción se limitó a sentar el hecho de la potencia atractiva, pero sin decir que esta potencia estaba en la materia. Newton era creyente, y con toda su ciencia dijo que no reconocía otra potencia que la de Dios. Dios explica la existencia del movimiento y el movimiento es, a su vez, una prueba más de la realidad de Dios. Ese Primer Motor que puso en marcha el movimiento del Universo es también Creador y Ser Personal.
Otra prueba de la existencia de Dios es la idea que tenemos de lo infinito. Resulta curioso comprobar que la mayoría de los ateos, especialmente los ateos teóricos, afirman que creen en “algo”. Niegan a Dios, pero no pueden sustraerse a la idea de un Ser superior al hombre.
Cuando tú dices, usando un vocabulario de todos los días, que eres un ser finito, estás dando a entender que hay otro infinito; cuando proclamas que eres un hombre imperfecto, desordenado, injusto, defectuoso, impotente, etcétera, estás admitiendo que hay Alguien que es perfecto, ordenado, justo, sin defecto y potente. Ese Alguien no figura entre los hombres finitos, porque en el ser finito ni se ha dado ni se dará jamás la perfección ni el poder absolutos, luego hay que buscarlo forzosamente fuera de nuestro espacio, precisamente en ese infinito que constituye una prueba más, de carácter metafísico, de la existencia de Dios. “Este Ser –dice Newton- es eterno e infinito, existe desde la eternidad y durará por toda la eternidad”.
Una prueba más de que Dios existe la veo yo en la realidad espiritual del hombre . Lee este razonamiento de Cicerón: “El espíritu humano debe remontarnos a otra inteligencia superior que sea divina. ¿De dónde hubiera sacado el hombre el entendimiento de que está dotado?, dice Sócrates. Sabemos que a un poco de tierra, de fuego, de agua y de aire debemos las partes sólidas de nuestro cuerpo, el calor y la humedad que en él se hallan y el mismo soplo que nos anima; pero, ¿dónde hemos encontrado, de dónde hemos tomado la razón, el espíritu, el juicio, el pensamiento, la prudencia y todo cuanto en nosotros es superior a la materia?”.
La vida espiritual que manda sobre tu cuerpo material te dice a gritos que hay Dios. Porque esa vida espiritual procede de Él. Tú podrás negar a Dios todo lo fuerte que quieras, pero al pensar en Él, al pronunciar su Nombre, le estás reconociendo sin darte cuenta.
Si quieres otra prueba de que Dios existe fíjate en la armonía del Universo. Hay movimiento, pero es un movimiento regular, uniforme, inteligente. Hay belleza en el cielo azul, en la puesta del sol dorada, en los Alpes blancos, en las praderas verdes, en la aurora rosada, en la mar hermosa.
Hasta el demoledor Voltaire, abrumado por la evidencia en contra de lo que pretendía negar, dice en NOTES SUR LES CABALES: “Si un reloj presupone un relojero, si un palacio indica un arquitecto, ¿por qué el Universo no ha de demostrar una inteligencia suprema? ¿Cuál es la planta, el animal, el elemento o el astro que no lleve grabado el sello de Aquél a quien Platón llamaba el eterno geómetra?”.
En una encuesta “Gallup” celebrada en los Estados Unidos para determinar la religiosidad del pueblo americano, el 98 por ciento contestó que creía en Dios, y la primera razón que dieron los encuestados para justificar su creencia fue el orden y la armonía del Universo. “Estas obras visibles –dice San Pablo- revelan al invisible Dios” (Romanos 1:20).
Todavía me queda una prueba más a favor de la existencia de Dios. Naturalmente, podría aducir cincuenta, cien más, pero no caben en esta carta. Me resta espacio sólo para una, y luego he de terminar. Es la que se ha llamado prueba de la finalidad o por la finalidad y se ilustra preferentemente con el ejemplo de la flecha. Tú disparas una flecha y ésta se dirige invariablemente al blanco que tú le has propuesto.
La flecha es un objeto desprovisto de conocimiento, pero cumple su cometido porque tras ella hay un ser inteligente, en este caso el arquero que la ha lanzado.
En este mundo en el cual tú y yo vivimos hay objetos y seres desprovistos de inteligencia, pero tienden, cosa curiosa, a la realización de un fin concreto. ¿Te has preguntado alguna vez por qué? ¿Quién controla la dirección del viento, quién orienta las olas del mar, quién pone a las hormigas en fila para que trabajen en busca de alimento, quién sostiene las bridas que guían sabiamente a la naturaleza? ¿Quién, amigo, quién sino Dios?
He comentado contigo siete pruebas que, a mi juicio, demuestran la existencia de Dios. Te habrás dado cuenta que no he usado la Biblia para nada. He querido hablarte con sabiduría de este mundo. Pero eso no significa que carezca de argumentos bíblicos para apoyar el tema de esta carta . Aunque los autores de la Biblia no se entretienen en probar la existencia de Dios, porque ellos dan a Dios por existente, te decía en mi carta anterior que la Biblia tiene respuesta para todas nuestras inquietudes. Y ahora quiero, con tu permiso, desandar el camino y plantearte otra vez las mismas pruebas, pero con palabras de la Biblia.
Nuestra prueba primera tenía que ver con el sentido común. Es inútil decir que Dios no existe, porque Su presencia nos desborda. “¿A dónde me iré de tu espíritu? –se pregunta el salmista-. ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en abismo hiciere mi estrado, he aquí allí tú estás. Si tomare las alas del alba, y habitare en el extremo de la mar, aún allí me guiará tu mano y me asirá tu diestra” (Salmo 139:7-10).
La segunda prueba tenía que ver con la Causa Primera que dio origen a las demás causas y a todos los efectos. El más importante efecto de la Gran Causa es el hombre, tú yo. Lee lo que dice Job: “Tus manos me formaron y me compusieron todo en contorno…; como a lodo me diste forma… Me vestiste de piel y carne, y me cubriste de huesos y nervios. Vida y misericordia me concediste, y tu visitación guardó mi espíritu” (Job 10:8-12).
Para mostrarte bíblicamente la realidad de la tercera prueba  sobre las leyes sabias que controlan y dirigen el movimiento del Universo tendría que transcribirte casi todo el Salmo 104. Pero me limitaré a unos pasajes: “Él –exclama el salmista, refiriéndose a Dios- fundó la tierra sobre sus basas…Subieron los montes, descendieron los valles al lugar que tú les fundaste… Tú eres el que envías las fuentes por los arroyos… El que riega los montes desde sus aposentos… El que hace producir el heno para las bestias y la hierba para el servicio del hombre… Hizo la luna para los tiempos, el sol conoce su ocaso. Pone las tinieblas, y es la noche…” (Salmo 104:5-19).
La cuarta prueba , sobre una conciencia de lo infinito, está admirablemente contenida en esta exclamación de Salomón con motivo de la dedicación del templo: “¿Es verdad que Dios haya de morar sobre la tierra? He aquí que los cielos, los cielos de los cielos no te pueden contener; cuanto menos esta casa que yo he edificado?” (1ª de Reyes 8:27).
Sobre la realidad espiritual del ser humano, que es el tema de la quinta prueba , lee este pasaje del patriarca Job, donde afirma con profunda convicción la supervivencia de un ser espiritual: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo. Y después de deshecha esta mi piel, aún he de ver en mi carne a Dios; al cual yo tengo de ver por mí, y mis ojos lo verán, y no otro, aunque mis riñones se consuman dentro de mi” (Job 19:25-27).
Para la sexta prueba,  sobre la armonía del Universo, la Biblia está llena de respuestas, de interrogaciones y de exclamaciones, como esta del salmista, que, extasiado ante la belleza de la Creación, dice: “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria?” (Salmo 8:3-4).
Y la última prueba , la que demuestra la existencia de Dios por la finalidad de los seres y las cosas sin conocimiento, fue propuesta por Salomón hace más de tres mil años. Lee este pasaje antiquísimo, que parece escrito por uno de nuestros más famosos científicos de hoy, y luego medita su contenido: “Generación va y generación viene –dice el autor bíblico-, mas la tierra siempre permanece. Y sale el sol, y pónese el sol, y con deseo vuelve a su lugar, donde torna a nacer. El viento tira hacia el mediodía y rodea el norte; va girando de continuo, y a sus giros torna el viento de nuevo. Los ríos van a la mar, y la mar no se hinche; al lugar de donde los ríos vinieron, allí tornan para correr de nuevo” (Eclesiastés 1:4-7).
Nada más por hoy, pásalo bien.

Autores: Juan Antonio Monroy

©Protestante Digital 2012

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Os Sofrimentos da Mulher de Jó

Por mac41:

 

 

Os Sofrimentos da Mulher de Jó

Mulher esquecida e incompreendida pela modernidade, assim defino inicialmente a mulher de Jó. Este patriarca sim, paladino da fé, suportou todas as vicissitudes e flagelos dócil e humildemente. Ele é símbolo de perseverança, paciência e retidão (Jó 1.1,22), mas a mulher desse sofredor…, no mínimo, ainda é chamada de louca ou néscia (Jó 2.10).

Mulher anônima, a quem a tradição posterior chamou de Sitis, aparece em Jó 2.9,10 e não é mais mencionada no livro, embora nada sugira sua morte, ou abandono do lar.

Ela era uma mulher nobre, respeitada por todos, e considerada afortunada para os mais antigos e de sorte para as donzelas da região. Seu marido era um homem sábio, fiel à sua família, riquíssimo e temente a Deus. O homem mais poderoso do Oriente. Seus filhos, saudáveis e belos. Suas filhas eram mulheres decentes, educadas e belas. Centenas de servas e servos estavam espalhados pela bela casa, fazendas, plantações (Jó 1.3).

Sitis era uma mulher riquíssima que ajudava na administração da casa, dos servos domésticos; um elo de unidade familiar (Jó 1.2). Seus sete filhos e três filhas periodicamente reuniam-se ao redor da mesa para desfrutarem de seus conselhos, sapiência e virtudes (Jó 1.2,4). No período patriarcal o número dez era símbolo de completude, de abundância e prosperidade. Era a mulher mais poderosa, afamada e respeitada de todo o Oriente (Jó 1.3). Jó amava-a muitíssimo; suas filhas provavelmente espelhavam-se no zelo, discrição, beleza e sabedoria da mãe. O lar de Sitis era um paraíso cravado no Oriente (Jó 1.10).

Essa mulher, “ossos dos ossos” e “carne da carne” de Jó, no entanto, viveu as primeiras calamidades da vida do patriarca. Próximo a Jó ouvira que seus servos foram mortos e os seus rebanhos confiscados pelos sabeus. A notícia era ruim, mas suportável. Note a descrição do versículo 13, que destaca a efusiva alegria da reunião familiar na casa de seus filhos (“comiam e bebiam vinho na casa de seu irmão primogênito”), e a calamidade súbita que toma conta do restante da narrativa. Essa narrativa que antecede e moldura as tragédias de Jó será depois desconstruída no versículo 19.

O mensageiro ainda não terminara o anúncio fúnebre quando imediatamente outro mordomo anunciou: “Fogo de Deus caiu do céu, e queimou as ovelhas e os moços, e os consumiu” (v.16). A mulher de Jó fica espantada com a sucessão de tragédias que se sucedem sucessivamente sem cessar. Perde o fôlego, aproxima-se do marido para apoiá-lo… quando então, novamente, outro desastre, dessa vez arquitetado pelos caldeus que, em três bandos, roubam os camelos e ferem os servos (v.17). Mas o pior ainda estava para acontecer. Um servo aproxima-se esbaforido, com ar de cansaço e pesar. Tem receio do que vai dizer. Durante o trajeto ensaiara diversas vezes, até soltar o verbo flamífero: “Estando teus filhos e tuas filhas comendo e bebendo, eis que um vento muito forte sobreveio dalém do deserto, e deu nos quatro cantos da casa, a qual caiu sobre os jovens, e morreram” (Jó 1.18,19). O vento da desventura e sortilégio, gélido como a morte, implacável como a desgraça. Quem é suficiente forte para resistir suas lanças inflamadas? Como reagir diante de tanta calamidade e dor?

Sitis chora amargamente a morte de seus filhos. Se isso não bastasse, vê o seu marido rasgar suas vestes, rapar sua cabeça e cumpridas barbas, símbolos de sua posição social superior, e lançar-se em terra adorando a Deus. Apesar da dor que aflige sua alma abatida olha com carinho e respeito o gesto humilde e devoto de seu marido. Somente a fé e a comunhão com Deus dão ao aflito a esperança e a força para vencer as vicissitudes. É nessas ocasiões que a comunhão do crente com Deus faz toda a diferença. A resiliência e o ânimo para continuar a lida depois de uma grande calamidade são resultados de uma vida de fé, comunhão com Deus e relacionamentos corretos. Jó, como os pequenos ribeiros orientais em período de estio, vê a sequidão tomar conta de si, no entanto, estivera durante muito tempo da vida plantado junto a ribeiros de águas; suas folhas não murchariam e os seus frutos viriam na estação própria (Sl 1). Dizia um antigo provérbio oriental que o “justo nunca será abalado” (Pv 10.30).

Os dias de luto ainda não estavam completos. Parentes distantes e amigos próximos reuniam-se na casa de Sitis para apoiá-la e ao marido, Jó. Os melhores amigos nascem nos períodos de sequidão e angústia (17.17). Autoridades do Oriente chegavam à casa do infortúnio. Ouvia-se os murmúrios das carpideiras, que se revezavam em seus turnos. Os cancioneiros entoavam suas elegias, e os sábios do Oriente procuravam entender a tragédia humana. Sitis chorava desconsoladamente. A dor e angústia apertavam seu corpo, como se a estivessem comprimindo em um pequeno vaso de cerâmica. Olhava para Jó e se inspirava na fé, piedade e devoção de seu marido. Ele em nenhum momento blasfemou ou se queixou de sua sorte (Jó 1.22). Junto aos sábios do Oriente, ouvia-o dizer: “Nu saí do ventre de minha mãe e nu tornarei para lá; o Senhor o deu e o Senhor o tomou; bendito seja o nome do Senhor” (Jó 1.21). Todos ouviam, admirados, a fé e perseverança de Jó em Deus. Procuravam algum altar na casa, ou artefatos que materializassem o Deus de Jó, mas nada encontravam. Diferente dos tolos adoradores de ídolos do Oriente, Jó confiava no Deus Invisível, Espírito eterno e imutável em seu ser.

Passados os dias de luto, Sitis e Jó procuravam retomar as atividades diárias. Todavia, sentiam dificuldades de recomeçar. Reconstruir a casa que desabara sobre as crianças era uma dúvida latente. Aquele lugar trazia boas recordações. O lugar que as crianças cresceram e a velha árvore com as marcas de suas brincadeiras traziam lembranças tão vívidas como o vento outonal que derrubava as folhas das árvores e pintavam o chão de tons marrons e cinza. Nada diziam um ao outro, apenas apertavam firmemente as mãos. Todas as palavras foram expressas naquele aperto de mãos. Nunca saberemos exatamente o que disseram. Apesar da tristeza, estavam unidos, apoiando um ao outro.

Alhures, absorto com os últimos acontecimentos, Sitis percebe que pequenas chagas começam alastrar-se sobre o corpo de seu marido. Imediatamente, os melhores médicos são consultados, especialistas na arte da cura entram e saem da casa do patriarca. Sitis se mantém firme cuidando de Jó; tratando das feridas de seu amado; procurando suavizar a dor com as especiarias, óleos de vários gêneros, alguns importados. A chaga se espalha mais ainda, desde a planta do pé até ao alto da cabeça (Jó 2.7). Longe de Jó ela chora, sente as lágrimas quentes caminharem pelas linhas de sua pele até caírem e se desfazerem lentamente ao chão. “Senhor porque me provas?”, murmurava. “Não basta os meus filhos?” “Agora tu queres o meu marido Jó?”, balbuciava. Os médicos diagnosticaram que a doença era maligna, incurável. Erupções e prurido intenso destilavam do corpo de Jó (2.7,8). Os bichos insaciáveis se alimentavam do corpo putrefato (7.5), e os ossos daquele homem forte se desfaziam como torrão de madeira apodrecida (30.17). A pele de Jó perdera toda elasticidade, suavidade e beleza (30.30). Até no sono era atormentado por pesadelos (7.14). Sitis olhava para todo aquele sofrimento. O cheiro dos florais da primavera paulatinamente foi expulso por uma mistura de pus, sangue e carne putrefata. Nem ela mesma conseguia cuidar de seu marido. A praga alastrara por toda casa. Ela gastara as últimas reservas financeiras no tratamento do marido moribundo. Investira todos os seus recursos para curar a Jó, mas a sentença médica era apenas uma: “Nada podemos fazer, só um milagre”. Sitis sofria, inconsolável… A esperança escapava por entre os seus dedos como as águas ribeirinhas. Lembrava dos momentos em que ela era considerada uma mulher bem-aventurada, rica, com filhos e filhas para lhe consolar, um marido próspero que a amava. Mas agora, tudo lhe havia sido tirado, à uma. O que você faz quando a calamidade bate à sua porta e, sem pedir licença, carrega para sua família toda desventura conhecida? A quem você recorre?

Certo dia, Sitis vê o seu marido no meio da cinza com um pedaço de cerâmica raspando as feridas. Olha e um sentimento acre-doce lhe invade a alma aflita. O grande príncipe Jó no monturo da cidade, como um pária. Sitis perde definitivamente a esperança. Aproxima-se do moribundo, sente pena do marido, fecha os olhos, aperta-os e a seguir dispara: “Ainda reténs a tua sinceridade? Amaldiçoa a Deus e morre” (Jó 2.9). Nenhum sofrimento pode ser maior do que a confiança e fidelidade a Deus. O Senhor jamais permitirá que sejamos tentados acima de nossas forças. Sitis achava que já havia chegado ao limite.

Assim como os servos de Jó foram preservados da morte para levarem a notícia calamitosa ao patriarca, a esposa parece que fora guardada todo esse tempo para destalingar esse último chicote. Sem o saber, pensando que a morte seria a melhor solução para o marido, Sitis empresta sua boca ao Tentador incitando Jó a se rebelar e amaldiçoar a Deus. O que você faz quando toda a esperança se esgota? Sitis em vez de confiar em Deus acima de todas as coisas; em vez de amar ao Senhor pelo que Ele é, deixou-se levar pelas circunstâncias atrozes, fundamentada em um relacionamento de troca com Deus. Para muitos a morte é a solução para uma vida de infortúnios e desajustes domésticos. Contudo, sempre há uma esperança para aqueles que confiam em Deus.

Jó olha para sua esposa, e a fita com ternura e carinho. Sitis sente o tempo congelar por alguns instantes. Embora o tabernáculo terrestre de Jó estivesse se desfazendo, seu edifício eterno estava preparado por Deus (2 Co 5.1). Os olhos de Jó traziam um brilho vivaz, contagiante, embora todo o restante dissesse o contrário. Lembrava muito o olhar de Jesus quando Pedro o negou. Carinhosamente afirma: “Como fala qualquer doida, assim falas tu; receberemos o bem de Deus e não receberíamos o mal?” (Jó 2.10). O sábio Jó afirmara que sua esposa, em seu desespero e dor, falava como uma pessoa sem entendimento; como alguém que ele não conhecia. Sitis fica desconcertada diante da afirmação do marido. Reflete a respeito do assunto. Lembra das muitas orações de Jó feitas em gratidão ao Senhor. E ali mesmo reconsidera… Cala-se e desaparece do cenário até o final do livro de Jó quando Deus restitui-lhe todas as coisas. Embora não seja mencionada no final do livro, não há razões para se duvidar de sua presença. Ela é a esposa incansável que esteve com o marido nos piores momentos e circunstâncias, mas que, em certo momento, perdeu as esperanças, mas a recobrou através da piedade e devoção de seu marido.

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Chuck Colson, ex-assessor de Nixon, morre e é lembrado como grande evangelista das prisões

 

PorAndrea Madambashi | Repórter do The Christian Post

Apesar da mídia americana descrever o líder evangélico Chuck Colson como um “mentor de truques sujos”, ex-assessor do presidente Richard Nixon, líderes cristãos lembram-se dele como um grande amigo e testemunha de Cristo.

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    (Foto: The Christian Post / Phan Katherine T.)

    fundador Prison Fellowship Ministries, Chuck Colson,fala com Marvin Olasky, reitor do Colégio do Rei, durante uma entrevista na Cidade Universitária do Centro de Pós-Graduação de Nova York, em 03 de dezembro de 2010.

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“Estou triste pelo falecimento de Chuck Colson, mas eu me alegro que ele está agora na presença do Senhor que ele ama tanto”, disse Lee Strobel, autor e apologista cristão ao The Christian Post.

Chuck Colson faleceu no sábado à tarde, aos 80 anos, depois de complicações decorrentes de uma hemorragia cerebral, segundo informou o ministério Prison Fellowship, em um comunicado.

Colson sofria de hemorragia intracerebral em decorrência a uma cirurgia a qual ele se submeteu para remover um coágulo de sangue em seu cérebro. Apesar de seu estado inicial ter sido estável e de melhora, na última terça-feira sua condição piorou e os médicos prepararam sua família para a despedida.

A perda do líder deixa marcas depois dele ter sido reconhecido por seu evangelismo na prisão, depois de seu renascimento em Cristo em meio à um escândalo político.

O apologista Ravi Zacharias chama Colson de “um profeta para os nossos tempos” retomando sua dramática conversão nos dias do escândalo de Watergate e o compara com o apóstolo Paulo.

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“Sua coragem (…) de compartilhar o Evangelho com clareza e sua profunda preocupação pela sociedade em deterioração foi sempre o cerne de seu pensamento. Verdadeiramente, Chuch foi um testemunho audacioso de nosso Senhor.”

Chuck Colson tornou-se Cristão comprometido enquanto sofria acusações no escândalo de Watergates quando era assessor especial do presidente Richard Nixon.

Na época, um amigo deu-lhe uma cópia do livro de CS Lewis “Cristianismo Puro e Simples”. Foi quando ele se converteu e confessou sua culpa no escândalo, enquanto um juiz estava considerando descartar o caso contra ele.

Colson teve que cumprir pena de 7 meses de uma sentença de uma a três anos. Ele tornou-se então um evangelista nas prisões, dedicando-se a ajudar os prisioneiros a experimentarem uma transformação radical em Cristo.

“Quando eu vá para o céu e veja Chuck novamente, eu creio que verei muitas, muitas pessoas lá, cujas vidas foram transformadas por causa da mensagem que ele compartilhou com eles,” disse o evangelista Billy Graham em uma declaração.

Colson fundou o ministério de prisão Prison Fellowship Ministries em 1976 que hoje opera em 113 países. Ao longo das quatro últimas décadas de sua vida, o evangelista chegou a visitar pessoalmente 600 prisões nos EUA e 40 em outros países.

O ministério tem atualmente programas em cerca de 1300 instalações em todos os 50 estados dos EUA e é parceiro de cerca de 7700 igrejas com 14000 voluntários.