La adivinación hace furor.
15 de junio de 2011
A pesar de los grandes progresos de la civilización moderna, a pesar del ateísmo, el materialismo, el racionalismo, el existencialismo y el hedonismo que caracteriza al hombre de hoy, especialmente en los países de Occidente.
Como decía Pascal, el incrédulo es el que más cree. No cree en el concepto bíblico de Dios, pero sí cree en el primer vidente que le sale al paso. Una ocultista convencida, Laura Tuan, se enorgullece de ello. Dice: “Adivinar es sinónimo de predecir el destino. En este sentido se puede afirmar que la humanidad, desde la hoja de parra a la minifalda, no ha cambiado. Siempre se ha dado la misma inseguridad, la misma necesidad y temor de saber, la misma angustia frente al futuro. Aunque la pitonisa de hoy reciba previa petición de hora (a precios desorbitados), aunque la sibila de Cumes haya cambiado su antro por un apartamento de la zona residencial, la necesidad de conocer el futuro es siempre la misma.
“Los hay que poseen el don de la previsión, los hay que fingen; los hay también que pagan para obtenerlo”.
“Aparentemente, en esta época que ha asistido a la pérdida de lo sagrado, el respeto de antaño se ha transformado en curiosidad. Hoy en día, la gente acude a que le adivinen el porvenir haciendo gala de desenvoltura. Pero al igual que el griego de Delfos o el romano de Cumes, se teme y se espera, se cree y se aguarda” [1] .
Se da la paradoja de que los grandes de hoy, políticos, estadistas, financieros, personalidades públicas reconocidas mundialmente, tienen sus adivinos particulares y los consultan antes de tomar decisiones trascendentales. Borin Yeltsin tenía en nómina astrólogos, magos y hechiceros. Su adivina particular era una mujer caucasiana llamada Dzhuna, una Rasputini de finales de siglo.
En un amplio y documentado reportaje sobre la influencia de los adivinos en los hombres políticos, Sebastián Moreno decía que Ronald Reagan “se dejó guiar por la astrología para tomar importantes decisiones en la Casa Blanca”. El que fuera presidente de Brasil, Fernando Collar de Melo, practicaba la numerología para conducir los destinos del país.
Al inaugurar su segundo mandato presidencial en enero de 1997, la prensa norteamericana dedicó amplios espacios a comentar la presencia de adivinos en el entorno del matrimonio Clinton. La denuncia se hizo con nombres y apellidos. Otro tanto se dijo de la familia real británica.
En diciembre de 1995 la agencia EFE informaba que la CIA había despedido a todo el equipo de adivinos que trabajaba para ellos, por incompetentes.
Las grandes estrellas de Hollywood han estado siempre en manos de gurúes y adivinos.
En febrero de 1997, la adivina Francisca Zatina, conocida en México como “La Paca”, hubo de comparecer ante la justicia mexicana acusada de fraude en el descubrimiento de un cadáver que ella dijo ser del desaparecido político Manuel Muñoz Rocha.
Otra historia de crímenes y ocultismo: Patricia Reggiani Martinelli, de la alta sociedad italiana, fue acusada por un tribunal de Milán el 1 de febrero de 1997 de haber pagado 40 millones de pesetas a un asesino a sueldo para que matara a su esposo, el multimillonario Mauricio Gucci. La señora Martinelli contrató para este crimen los servicios de una adivina, Giuseppina Auriemma.
De seguir la relación, no acabaríamos nunca. Países en manos de los poderosos de la tierra. Y ellos en manos de los adivinos.
[1] Laura Tuan, EL GRAN LIBRO DE LAS CIENCIAS OCULTAS, Editorial De Vecchi, Barcelona 1987.
Autores: Juan Antonio Monroy
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