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Dios creó los cielos… y los astronautas

José de Segovia Barrón

 
Sobre Dios y la aventura del espacio

Dios creó los cielos… y los astronautas

El protestante John Glenn, segundo en volar al espacio y primero en orbitar la Tierra, recibió el Príncipe de Asturias a la cooperación internacional.

24 DE ENERO DE 2012

¿Dónde estabas cuando el hombre llegó a la luna? Si ya habías nacido el 20 de julio de 1969, este es un momento histórico de la televisión que recordarás, aunque no tuvieras aparato –yo lo vi en un bar rodeado de gente–, ni apenas edad para acordarte –yo tenía sólo cinco años–. Las imágenes en blanco y negro del comandante Neil Armstrong pisando el suelo del Mar de la Tranquilidad –donde se había posado el Apolo XI– inspiraron hace poco una novela de Antonio Muñoz Molina – El viento de la luna –, pero es también uno de los momentos estrella de la exposición de la NASA  –que hay en la Casa de Campo de Madrid– sobre La aventura del espacio , donde Dios tampoco estuvo ausente.
Cuando fui con mis hijos estas navidades, me acordé de nuevo de ese día, pero a los pequeños les dio la pasión de todos los niños por los viajes al espacio. El menor me ha dejado hoy uno de los libros que sacó ayer de la biblioteca, La conquista de la luna. Yo he estado leyendo otro bastante más aburrido sin tantas fotos, por lo menos–, que acompañó una serie de televisión Objetivo: la luna de Dan Perry –. Aunque en la exposición tenían la preciosa edición que hizo Taschen para el cuarenta aniversario de la serie de artículos que escribió Norman Mailer para la revista Life.
En casa que siempre hemos sido muy tintinófilos , la ocasión ha servido para releer los dos visionarios álbumes que Hergé dibujó dieciséis años antes que Armstrong pisara el píe en la luna. La primera sala trata de esos soñadores, que imaginaron el espacio, ya en el siglo XIX. Allí no sólo están escritores como Julio Verne o H. G. Wells, sino también Edgar Rice Burroughs –que no sólo escribió Tarzán, sino también muchas fantasías espaciales– y mi admirado Alex Raymond –padre de Flash Gordon, además del maravilloso Rip Kirby, uno de mis detectives favoritos, junto a cineastas como Georges Méliès o Fritz Lang.

SOÑAR CON LA LUNA
La luna protagoniza cuentos, leyendas y canciones populares . Es tanto “lunera y cascabelera”, como un gran queso de bola en el cielo. Algo tan lejano y distante, que hasta el día hoy, todavía hay algunos que se muestran escépticos de que el hombre haya llegado allí. Fue un científico que trabajaba para los nazis, Wernher von Braun (1912-1977), quien desarrolla en los Estados Unidos el modelo de cohete que permitiría el viaje interplanetario. De los pilotos de prueba que intentan romper “la barrera del sonido”, salen los primeros astronautas –como bien cuenta Tom Wolfe, en esa joya del nuevo periodismo  que es Elegidos para la gloria, posteriormente llevada al cine–.
La guerra fría  es el contexto del que nace la NASA . Los rusos eran pioneros en el espacio, desde que mandaron el primer satélite artificial en 1957, el Sputnik. Una pobre perrita, Laika, sigue su estela, muriendo de calor en la nave. Otras dos sobrevivirán, antes de mandar al primer hombre, Yuri Gagarin. A él se le atribuye la frase de que no vio allí a Dios. Hoy sabemos que él nunca la dijo –era cristiano ortodoxo–. Fue una ocurrencia de Nikita Khruschev.
La primera mujer en volar al espacio fue también soviética, Valentina Tereshkova, en 1963 –no viajó ninguna americana hasta el 83–. Una sala de la exposición muestra una televisión de los años sesenta con el presidente Kennedy repitiendo una y otra vez “el reto de llevar un hombre a la luna y devolverle sano y salvo a la Tierra”. Es el discurso que dio en 1961, poco después del primer paseo espacial de los rusos.
LA FE DE LOS ASTRONAUTAS
Tras el proyecto Gemini –iniciado en 1964– viene el programa Apolo, que comienza con el desastre de 1967 –muy bien documentado en esta muestra–. La primera misión en acercarse a la luna es la del Apolo 8 . Su comandante era Frank Borman. Las palabras que transmite al contemplar nuestro planeta, son las que comienzan la Biblia: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Lo que provocó una demanda de la atea Madalyn Murray O´Hair, diciendo que la cita bíblica violaba la separación Iglesia/Estado. Borman lo justificó diciendo: “tuve el enorme sentimiento de que había un poder mayor que ninguno de nosotros, que había un Dios y desde luego un principio”.
Entre los tripulantes del Apolo 11 que llega a la luna, está Buzz Aldrin, anciano de una iglesia presbiteriana en Houston –Webster Presbyterian Church–, que ha dado muchos astronautas. Su pastor Dean Woodruff le sugirió llevar unas pequeñas bolsas de plástico con pan y vino, para celebrar la Santa Cena en la luna, con una copa –que está hoy en la iglesia, y se usa ese día, una vez al año–. Lo hizo leyendo unas palabras del Evangelio, que tenía escritas en una tarjeta –vendida en una subasta en el 2007–: “Yo soy la vid y vosotros las ramas; el que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no podéis hacer nada.” ( Juan 15:5).
Aldrin dice que “luego dio gracias por la inteligencia y el espíritu que había traído a dos jóvenes pilotos al Mar de la Tranquilidad”. Todo ello en los minutos de silencio, que no transmitió la radio. El suceso lo cuenta en la entrevista que publicó la revista Life en agosto del 69, así como en su libro de 1973 – Regreso a la Tierra –, desarrollado en su obra del año 2009 – Desolación magnífica –, que tuvo gran repercusión en los medios de comunicación. La discreción o censura se debe a la demanda que había sufrido Borman poco antes –explica en el libro–. Lo cierto es que el comandante Armstrong le miró con respeto, pero no dijo nada entonces.
SENTIMIENTO Y TALENTO
El octavo hombre en pisar la luna fue el evangélico James Irwin (1930-1991) –en el Apolo 15– , que la recorrió por primera vez en un vehículo todoterreno en 1971. Al año siguiente fundó una organización cristiana con un pastor bautista, en Colorado Springs –High Flight–, para hablar de “cómo sintió el poder de Dios como nunca antes”. El texto que más usaba cuando hablaba en iglesias por todo el país, es en el que meditó al recorrer los montes de la luna: “A las montañas levanto mis ojos; ¿de dónde ha de venir mi ayuda?” ( Salmo 121).
En su magnífico libro sobre los primeros siete astronautas, Tom Wolfe habla de la fe de John Glenn –el segundo en volar al espacio y el primero en orbitar la Tierra–, que recibió el Premio Príncipe de Asturias en 1999 a la cooperación internacional . En la conferencia de prensa que dio en Washington, dice: “soy presbiteriano, protestante, y tomo mi religión muy en serio, de hecho”.
Habló de las escuelas dominicales, donde había enseñado, y los comités de iglesia en los que había servido, pero dijo algo mucho más interesante: “Fui criado creyendo que somos puestos en la Tierra con una propuesta de más o menos el cincuenta por ciento, Y eso es en lo que todavía creo hoy. Somos puestos aquí con ciertos talentos y capacidades, que depende de nosotros usarlos lo mejor que podamos. Pero cuando lo hacemos, pienso que hay un poder mayor que cualquiera de nosotros, que pone las oportunidades en nuestro camino, si usamos nuestro talento adecuadamente, y vivimos el tipo de vida que debemos vivir.”
En la fe de los astronautas, a veces predomina el sentimiento –como Irwin, que acabó buscando el Arca de Noé en el monte Ararat–, y en otros el talento –como en la frase de Glenn, que Wolfe interpreta correctamente de acuerdo a la religión americana de que “Dios ayuda a los que se ayudan a sí mismos” –. El Evangelio, en realidad, no es ninguna de las dos cosas. Ni la comunión individual de Aldrin, ni la incomprensión de Glen, cuando dice: “Mirar este tipo de creación, y no creer en Dios, es imposible”.
DIOS Y LA CREACION
La verdad es que se puede mirar la Creación, y no creer en Dios . ¿Por qué? Aunque “los cielos declaran la gloria de Dios” ( Salmo 19:1), los hombres “adoraron y sirvieron a las cosas creadas, antes que al Creador” ( Romanos 1:25). Es cierto que todos vivimos por algo, que capta nuestra imaginación y corazón, dando sentido a nuestra vida, pero sin la intervención del Espíritu Santo, eso nunca será Dios.
Si miramos a las cosas creadas, para que nos den el sentido, la esperanza y la felicidad, que sólo Dios puede darnos, seremos esclavos de un ídolo, en vez de Dios. Abraham fue llamado de la ignorancia de rendir culto a la luna, a servir y a adorar al Dios vivo y verdadero. La promesa que recibió, no era fácil de creer. Cuando Dios sin embargo le dio el hijo prometido, lo amó por encima de cualquier cosa.
Cuando Dios le pide sacrificar ese hijo en un monte ( Génesis 22:2), le pide que elija entre el don y el Dador, una opción que nos resulta imposible. Sabemos que Dios nos ha dado la vida, pero sin embargo nos aferramos a ella como lo único que tenemos. Cuando Abraham está dispuesto a entregarle a su hijo (vv. 9-10), Dios le muestra que su gracia está en que Él ha provisto un sustituto: un carnero es ofrecido en su lugar (v. 13).
MÁS ALLA DE LAS MONTAÑAS DE LA LUNA
Muchos años después en otra montaña, que tampoco es de la luna, otro hijo es puesto a morir en un madero. Sólo que en aquel monte no hubo una voz del cielo que anunció su liberación, sino que gritó: “¡Dios mío!, ¡Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?”. El Padre pagó entonces la deuda que todos tenemos con Dios, en el más profundo silencio. Ya no debemos ver por lo tanto el universo como algo vacío, o impersonal. Nos muestra que “el que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros, ¿cómo no nos dará con Él todas las cosas?” ( Romanos 8:32).
Es por eso que no somos salvos mirando a las estrellas, sino al Dios que se revela en Cristo Jesús. El hombre puede conquistar la luna, pero no su corazón. La más grande aventura de la vida no es viajar al espacio, sino confiar en el Dios vivo, que se revela en unas montañas aún más trascendentes que las de la luna. El Dios que habla en el Sinaí es quién nos dice en el Calvario que su amor es más alto que los cielos, y nunca nos abandonará. Porque el Sol de justicia ha vencido toda injusticia, y nunca se apagará.

Autores: José de Segovia Barrón

©Protestante Digital 2011

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Yo Soy la Coca Cola

 

Yo Soy la Coca Cola

Alex Sampedro

30 DE NOVIEMBRE DE 2011

  Vale, la metáfora es imperfecta. Comparar a Dios, su Iglesia o el evangelio con un producto puede ser tildado de mercantilista, de utilitarista e incluso considerarse una idea hija de este siglo: La sociedad de consumo. No obstante, ninguna metáfora es perfecta:
Dios no es una estrella, ni un león ni un cordero, mucho menos una puerta, ni pan, ni agua, ni una planta, una vid o un olivo, tampoco es un juez, ni un abogado, ni tampoco un pastor o una gallina…
Pero todas ellas son palabras y conceptos que nos ayudan a entender lo incomprensible y ver al invisible, así que adelante.
Vivimos tiempos raros.  La iglesia se limita a un local donde nos reunimos, donde tenemos “ culto de jóvenes ” los sábados, hacemos picaeta  y bebemos coca-cola para no aburrirnos. A veces bebemos “ la de Hacendado ” que sale más barata y parece coca-cola.
Pero todos sabemos que no lo es.
Queremos hacer cosas nuevas, diferentes a las conocidas, modernas, postmodernas y ultramodernas. Inventamos mil formas de compartir juntos para que los jóvenes no se vayan y se queden como ostras en sus iglesias. Mientras tanto algunos adultos nos miran con recelo:
¿Por qué hacen cosas tan extrañas? ¿Por qué usan esas palabras y ejemplos? ¿Por qué pasan la tarde jugando al risk en vez de estudiar “la Palabra”? ¿Por qué…?
Y en tu cabeza suena una voz ya anciana: “ En mis tiempos… ”. Jugamos a la guerra generacional cuando ni siquiera sabemos de qué estamos discutiendo. Unos abogan por la fe dada una vez a los santos y otros por hacerse judío a los judíos, griego a los griegos, guai a los guais…
Y al final unos se van, otros se quedan, unos se enfrían, otros se calientan y así nos va.
No nos entendemos, nos nos comprendemos, no nos soportamos.
Pero ¿Y si todos tenemos razón? ¿Y si todos estamos equivocados? ¿Y si el problema está en que nos enfocamos en el local y su mantenimiento cuando el enfoque debería ser la misión? Si trabajáramos juntos las cosas cambiarían.
En este tiempo que nos toca vivir  la iglesia tiene sentido enfocándose en la misión: Id por todo el mundo y predicad el evangelio .

El problema surge cuando dejamos de predicar las buenas nuevas y nos convertimos en iglesias en conserva. Conservar a los ancianos, conservar a los adultos, conservar a los jóvenes… Que nadie se vaya, que todos se queden, que nadie se moleste ni se incomode, que seamos felices y cantemos canciones… ¿Cuáles? Pues las de siempre. También alguna canción nueva para los jóvenes. Ellos también tienen su lugar en esta pecera llena de ictus que han olvidado lo que es nadar contracorriente. Iglesias cuya membresía solo crece por nacimiento natural o por trasvases de otras peceras a la que se les ha acabado el oxígeno porque han olvidado que lo importante es nacer de nuevo y hacer discípulos.
Por eso alguna generación se queja cuando ve su iglesia local estancada y sin visión. Y tienen razón.
Predicamos un evangelio diferente (No que haya otro…) para hacernos actuales. Hemos rebajado el precio de nuestro mensaje y vendemos un evangelio más barato, de contenido mezclado. Muchos se han dejado seducir por el mensaje a la moda, por el “ Jesús es mi colega ”, por el compatibilizar la vida personal con la vida de la iglesia, como una ocupación más en nuestra agenda. Llenamos de espectáculo las reuniones y si usamos la biblia casi es por casualidad. La oración se disfraza tanto, la disfrazamos con tanta parafernalia que ya ni sabemos como orar sin música de fondo, rotuladores, frases twitter, ambiente chill out y dinámicas. Que por otra parte son geniales, pero ya me entiendes. Y la canciones que cantamos… Para otro artículo mejor.
Y los ictus que querían salir de la pecera, nadan, sí, pero en la dirección equivocada.
Por eso alguna generación se queja cuando ve el evangelio diluido y contaminado. Y tienen razón.
Si aprendiéramos la lección de la coca-cola y las marcas blancas, quizá nos pondríamos de acuerdo. ¿Me sigues?

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Los exhibió públicamente en la cruz…

Leopoldo Cervantes-Ortiz

Estamos ante las fuerzas empeñadas en establecer el “anti-reino” de Dios en el mundo.

Los exhibió públicamente en la cruz…

 

19 DE NOVIEMBRE DE 2011

…y despojando ( apekdysámenos ) a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente ( edeigmátisen en parresía ), triunfando sobre ellos ( thriambeúsas ) en la cruz. Colosenses 2.15, RVR 1960
1. LOS “PRINCIPADOS Y POTESTADES”
La reiterada mención paulina de los “principados y potestades” inicia con un pasaje que subraya la importancia que otorgaba a estas realidades en relación con la fe que él tenía en Cristo. Se trata de Romanos 8.38-39, en donde afirma tajantemente que ninguna cosa puede apartar al creyente “del amor de Dios que es en Cristo Jesús”. En la lista, que incluye a la muerte, la vida, los ángeles, lo presente, lo por venir, lo alto y lo profundo, los principados y potestades también son considerados un factor entre ellos. El teólogo reformado Hendrikus Berkhof subraya que “la secuencia es de lo más notable” y que “Pablo se refiere a un número de realidades que son parte de nuestra existencia terrenal y cuyo papel es uno de dominio”. Según esto, el apóstol insiste en que estas potestades son capaces de condicionar la vida terrenal y que no se trata sólo de entidades meramente espirituales o abstractas.
La vida humana siempre está condicionada y muchas cosas pueden condicionar también el compromiso de los creyentes con Cristo hasta conseguir que se ponga en entredicho. Combinando este pasaje con las advertencias y señalamientos de Colosenses 2.8ss, Berkhof resume:
Pablo observa que la vida es gobernada por una serie de poderes. Habla del tiempo (lo presente y lo por venir), de espacio (lo alto, lo profundo), de la vida y la muerte, de política y filosofía, de la opinión pública y de la ley judía, de tradiciones piadosas y del curso fatal de las estrellas. Apartado de Cristo, el hombre está a la merced de estos poderes. Ellos circundan, llevan y guían su vida. Las demandas del presente, el temor por el futuro, el Estado y la sociedad, la vida, la muerte, la tradición y la moralidad ─todas estas cosas son nuestros “tutores y cuidadores”, las fuerzas que unifican el mundo y la vida de los hombres y que los protegen del caos.(1)
Las siguientes dos menciones aparecen en I Cor 2.8 y 15.24-26. En la primera hay una acusación directa hacia “los príncipes de este siglo” ( arjóntos tou aionos ), idénticos a las potestades, quienes “crucificaron al Señor de la gloria” como parte de una confrontación directa, “de poder a poder” con Dios. “En y detrás de estas autoridades visibles Pablo puede ver poderes superiores en acción”.
En la segunda, en alusión expresa al salmo 110, el apóstol afirma que el reino de Dios y de su Hijo se establecerá como resultado de un conflicto que “suprimirá a todo dominio, autoridad y potencia ( jótan katargése pasan arjén kai pasan exousian kai dúnamin )”.
Se insiste en la supresión y no en un proceso de continuidad natural o de identificación con algún régimen histórico: el Reino de Dios es una realidad y una esperanza que se sitúa más allá de los esfuerzos humanos por conseguir mejores situaciones de vida, algo que se coloca en situaciones sociales y políticas condicionadas por ideologías, partidismos e intereses muy determinados. Las potestades espirituales, enunciadas desde esta percepción teológica, participan en estos procesos a contracorriente de los designios divinos y en un “bando opuesto” a las directrices divinas y a las acciones salvíficas realizadas en Cristo.
Es decir, estamos ante las fuerzas empeñadas en establecer el “anti-reino” en el mundo.
2. EXHIBICIÓN PÚBLICA DE LAS POTESTADES EN LA CRUZ
En Colosenses 2, los efectos de la muerte de Jesús en la cruz son presentados en el marco de la anulación del decreto divino contra el pecado humano, cuya “acta” ( jeirógrafon ) fue clavada en la cruz con Cristo para quitarla de en medio (v.14). Ese momento climático, cuando Jesús estuvo en la cruz, representó el triunfo definitivo e irreversible sobre las potestades que se oponen a los planes redentores de Dios. La Traducción en Lenguaje Actual vierte así el v. 15: “Dios les quitó el poder a los espíritus que tienen autoridad, y por medio de Cristo los humilló delante de todos, al pasearlos como prisioneros en su desfile victorioso”.
Los “rudimentos del mundo” ( stoijeia), entre los que están las potestades, ya no pueden dominar la vida de los seguidores/as de Jesús, por lo que esta lectura político-espiritual de su cruz y muerte apunta hacia una teología del establecimiento del triunfo de los proyectos divinos de vida sobre los planes de muerte, vigentes aún, de las potestades terrenales y espirituales contrarias la voluntad del Creador y Redentor, presentes en las estructuras cósmicas e históricas que dominan sobre la existencia de millones de personas:
Los poderes gobiernan la vida humana fuera de Cristo. Se manifiestan en tradiciones humanas (v. 8), en la opinión pública que amenaza seducir a los cristianos en Colosas para que se aparten de Cristo. Se manifiestan en la observancia cuidadosa y timorata de requerimientos sobre abstinencia de comida y bebida, o días de fiesta (vv. 16-20). Todo esto puede resumirse “en mandamientos y doctrinas de hombres”. Los “poderes mundiales” bajo los cuales la humanidad languidece, y bajo los cuales los colosenses están en peligro de volver a ser sujetos son definitivamente reglamentos religiosos y éticos […] En el v. 14 se habla de estas estructuras como la forma en que estos principados y potestades gobiernan sobre los hombres, o más bien los poderes son  las estructuras. El punto principal es que Cristo por medio de su cruz ha desenmascarado y desarmado la autoridad casi divina de estas estructuras.
En la cruz, Jesús luchó y venció a estos dominios político-espirituales a los que la imaginación popular identifica con “ángeles caídos” o espíritus malignos que desafían su condición de criaturas para oponerse a los designios de Dios . En la cruz, afirma Pablo, los poderes mostraron su fiereza y potencial destructivo. Allí salió a la luz la fuerza con que intentaron impedir la redención, pues por definición se oponen a que triunfe el amor y la justicia. “Antes de esto habían sido aceptados como las realidades más básicas y últimas, como los dioses del mundo. […] Ahora que el verdadero Dios aparece en Cristo sobre la tierra, viene a ser aparente que los poderes son hostiles a Dios, actuando, no como sus instrumentos sino como sus adversarios”. Los instrumentos humanos y sobrehumanos al servicio de esta enemistad han sido vencidos de una vez y para siempre en la cruz de Jesús. Esos poderes no gobiernan el mundo, aunque visiblemente pueda parecerlo: la cruz los desarmó e inhabilitó para siempre. Ésa es la realidad más grande para la fe cristiana y hay que asumirla no con triunfalismo, sino con una responsabilidad activa en la promoción de la venida del Reino de Dios.

  (1) H. Berkhof, Cristo y los poderes. Grand Rapids, TELL, 1985, pp. 21-22.
Foto: copyright (c) 123RF Stock Photos

Autores: Leopoldo Cervantes-Ortiz

©Protestante Digital 2011

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