Las iglesias de Apocalipsis (1)
Caminamos con nuestra manera de vivir, nuestra ética cristiana, por el mundo. Eso implica también el espacio de las iglesias locales.
28 DE AGOSTO DE 2011
No son un espacio “del mundo”, en el sentido ético, [algunas sí] pero están en el mundo. Tampoco son un espacio “sagrado, ceremonial o litúrgico” , todo eso acabó cuando concluye la ley ceremonial de Moisés.
En el inicio de Apocalipsis se muestra la vida y circunstancias de siete iglesias locales; en el conjunto del mensaje del libro se muestra la vida y circunstancias históricas , de lucha y victoria en Cristo, el Mesías, de la “Iglesia”, el conjunto de los redimidos como un todo. Con una mirada universal, se muestra la vida y circunstancia del Reino de Dios, de su Cristo, que afecta a toda la creación, al pasado, al presente y al futuro. La victoria de la cruz. La existencia humana recuperada para la vida, la redención, la glorificación.
Los criterios que yo sigo en estas reflexiones tienen que ver con la obra perfecta, hecha una vez para siempre de Cristo en la cruz, su resurrección y glorificación, su señorío sobre todas las cosas. Eso implica lo que en otros artículos he señalado, que ahora, con la obra del Redentor, hemos sido “sacados” de un estado de muerte y esclavitud, de un “Egipto”, que es tanto el paganismo como el “religiosismo” judío. Es decir, que el Mesías ha liberado a su pueblo de la esclavitud de la ritualidad judaica, y lo ha llevado a una nueva tierra: la nueva creación que es cada creyente. Nos ha llevado “a nosotros en él”, la nueva tierra, la nueva creación, “nuevas criaturas en Cristo”; ahora “estamos en Cristo”. Ése es nuestro espacio existencial, nuestro modo de vivir. “Ahí” caminamos.
Por eso los nuevos creyentes gentiles no eran llevados al judaísmo [antes de Cristo no había otro lugar de comunión con Dios], sino a Cristo. El afán apostólico es “engendrar a Cristo” en el creyente, y al creyente en Cristo. Todo lo demás es, en el mejor de los casos, ropaje secundario; en el peor, “nueva esclavitud” de sometimiento a tradiciones y costumbres de los hombres. Tanto a judíos como a gentiles [Pedro se refiere especialmente a judíos] nos ha librado de “nuestra vana manera de vivir”, que “recibimos de nuestros padres”.
Este acto de liberación de su pueblo por parte del Mesías, que Apocalipsis muestra en su naturaleza de gracia y juicio, de salvación y condenación, de separación de dos reinos para siempre, lo han interpretado algunos autores como un nuevo éxodo. Incluso señalan las correspondencias estéticas literarias de los dos libros: Éxodo y Apocalipsis, con sus juicios, su libertador, sus fidelidades y traiciones, su oposición entre dos reinos, y, finalmente su triunfo y entrada en la tierra prometida. Con estas premisas iremos a ver qué pasa en las iglesias locales de Apocalipsis.
LA IGLESIA LOCAL
Y lo primero que nos encontramos es precisamente eso, una iglesia local. Un “candelero” como explica el texto, que tiene un responsable en las manos del Mesías, una “estrella”, un “ángel”, que es quien recibe los avisos, a “quien” se habla por parte del Señor. Esto significa que todos los pastores (póngase también, si se quiere, presbíteros u obispos; de momento, mientras no haya jerarquías, todos se refieren a la misma persona) están en la mano del Mesías. (Ya no son los sacerdotes del templo.) El Señor trata con ellos. Ellos tienen su responsabilidad esencial con su Señor, de quien es el rebaño. ¡Ay! de los falsos pastores, que abusan, destrozan y matan al rebaño, porque el dueño los tiene en la mano. ¡Ninguno escapará! No hay en el mundo un lugar de más juicio y condenación que el que ocupa un falso maestro, un destructor del rebaño que Cristo compró con su sangre. Claro está que todo pastor puede equivocarse en algo y dañar con ello al rebaño que ha sido puesto en el redil bajo su responsabilidad, pero los falsos son como lobos. ¡Cuidado con los ecumenismos!
La iglesia local es el lugar inmediato de nuestra responsabilidad. No importa qué forma de gobierno se aprecie (congregacional, presbiteriano, etc.), cualquiera que niegue o distorsione la existencia de la iglesia local, está fuera del camino de la común edificación de la Iglesia. Es verdad que las iglesias locales no pueden, por su propia naturaleza de comunión de los redimidos, vivir aisladas, como departamentos estancos. Tienen que buscar razonablemente medios de compartir los dones espirituales concedidos a unos y otros, pero todo lo que surja, toda “organización” será secundaria. Y en cuanto algo de la estructura de la organización que se haya formado se presente como esencial, ya se ha corrompido. [En muchos casos, la historia del cristianismo es la historia de la corrupción de sus organizaciones.]
Un ejemplo. En la época que se escriben estos avisos a las iglesias, se ha producido y se está produciendo en otros lugares una gran persecución contra los cristianos. (Esto creo que estará reconocido por todos, con independencia de la fecha que se le atribuya a Apocalipsis.) Pero a las iglesias locales se les indica sólo lo que les afecta de forma inmediata, se les pone en relación con su vida real, no con la universal de circunstancias variables del conjunto de la Iglesia. Los pastores no tienen que “salvar a la Iglesia”, sino pastorear adecuadamente a la iglesia local. Esto es importante. Aprendamos todos. Hay misioneros que tienen “el llamado” de salvar a éste o ése país. El suyo, mejor lo dejamos, que la cosa no pinta bien. ¿Cuántos pastores no predican continuamente sobre el bien de la unidad de los cristianos? En su localidad han dividido varias congregaciones, y siguen. Un pastor de “pantalla” (por simple imagen y por ordenador) se puede sentir muy a gusto “luchando” contra éste y aquél mal, incluso verse como un mártir, pero los pasos prácticos en la iglesia local son otra cosa. [No me iré muy lejos. Sólo por circunstancias derramadas por la misericordia de Cristo, no entro de lleno en esto que reprocho. Como pastor de una iglesia local sólo puedo ofrecer fracaso.]
Otro ejemplo. Los problemas de los cristianos de esas iglesias locales son los que tienen ellos en su vivir diario. No se les dice que su problema es la nueva ley que se está promulgando en el Imperio. No tienen que manifestarse en algún lugar lejano contra algo. Tienen que manifestar su fe en su casa, en su trabajo, en su localidad. Nada más, y nada menos.
¿Me he olvidado de la iglesia papal? No. Es que todavía no está. Están los males que como semillas la formarán en el futuro, pero como estructura quedan algunos siglos por delante. Pero esto es ya una enseñanza. La iglesia papal no está. ¿Se imagina alguien oyendo al Mesías decir a las iglesias locales, que ya su vicario las pastoreará, que las visitará, que lo recibirán autoridades imperiales, que deben mostrarse al servicio del papa, que es lo mismo que si le sirvieran a él? No. La iglesia papal no está. No la busquen. Vendrá siglos más tarde. Ahora está la iglesia católica, universal, viviendo en sus iglesias locales. La otra, de momento hay algo que la detiene. Ya vendrá.
¿Y el Día del Señor? Unos quieren marcar en el almanaque el Domingo como Día del Señor, otros, con otro nombre, el Sábado. Todos significando continuidad con el día de reposo, el sábado judío. En el campo protestante ha habido, y todavía quedan, creyentes muy fieles en otras muchas cosas que han considerado la pervivencia del sábado judío trasladado al Domingo como el medio para medir la fidelidad en el cristianismo. En las reflexiones sobre ética cristiana en el mundo, parto de la premisa de que la ética cristiana ahora no puede ser ritual. En otra época sí. Y precisamente no se puede “guardar” el Domingo sin un ritualismo estricto. En la Escritura el “Día del Señor” es un concepto de presencia y juicio de Dios por su Mesías que no está relacionado con un día de almanaque. Es un tiempo. Es verdad que el significado del triunfo que el Día del Señor entraña, los cristianos lo podemos proclamar el Domingo, el primer día de la semana (por supuesto, también en todos los demás días), pero eso no hace al Domingo el “Día del Señor”.
¿Hay Domingo en el Lugar Santísimo? ¿Ponemos allí un almanaque en la pared que nos indique un “día del Señor”? Es decir, ¿podemos en ese lugar en donde estamos en y con Cristo hablar de días sagrados? Toda nuestra existencia es un reposo en el Señor. Ya no hay espacios “sagrados”, no hay secciones. ¿Cómo se puede enseñar hoy que una acción sana y santa (escribid la que se os ocurra), la convierte el reloj (o el sol poniéndose) en transgresión al marcar el minuto en que comienza el día sagrado? No hay manera de encajar un día sagrado en la ética cristiana. Todo el tiempo es sagrado. ¿Que se debe conservar el mandato creacional de trabajar seis días y descansar uno? Claro. Para descansar el hombre, la naturaleza y las bestias. No voy a discutir esta cuestión, simplemente señalo mi parecer de no incluir nada ritualizado en la ética del creyente, ni días ni lugares, que será un trasfondo en las posteriores consideraciones.
Nos vemos la próxima semana, d. v., en Éfeso.
Autores: Emilio Monjo Bellido
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