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¿Palabra del Señor o Palabra de la Iglesia?

Leonardo de Chirico

 

La Biblia en una reciente declaración papal

¿Palabra del Señor o Palabra de la Iglesia?

La Biblia ha sido siempre objeto de una continua polémica entre la Reforma Protestante y el Catolicismo Romano.

8 de mayo de 2011

De modo que, cualquier declaración procedente del Papa sobre este tema debe leerse cuidadosamente por parte de todos aquellos que viven la fe centrada en la Biblia. La declaración de la que estamos hablando procede de un determinado Sínodo, que tuvo lugar en 2008, cuando los obispos católico romanos trataron la siguiente cuestión: “La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia”. Después de los debates de cada sínodo, es costumbre que el Papa emita un documento escrito que resume lo más esencial de los procedimientos y los declara autoritativos. Este es también el caso de la Exhortación Apostólica Post-Sinodal Verbum Domini (VD, la Palabra del Señor)  promulgada en 2010 por Benedicto XVI.
El documento recuerda la enseñanza CR de la Biblia de la forma en que se ha articulado y enseñado en el siglo XX. En particular, reconoce la Constitución Dogmática del Vaticano II Dei Verbum  (La Palabra de Dios) como la primordial referencia doctrinal para la teología católico romana de la Palabra de Dios y la considera en total continuidad con el Concilio. Lo más interesante es la relación entre la Palabra y la Biblia que se manifiesta en VD.
Para empezar, VD pretende que la Palabra de Dios “precede y excede la Sagrada Escritura, aunque la Escritura, como inspirada por Dios, contiene la palabra divina” (17). VD pretende que la Biblia es la Palabra de Dios en el sentido de que contiene  la Palabra. Existe la Biblia y también existe una palabra adicional más allá de la Biblia, lo cual hace que la Biblia no sea suficiente por sí sola.  Lo que está en juego no es la inspiración divina de la Biblia (que VD afirma con seguridad), sino la suficiencia  de la Biblia y su finalidad . Para el Papa Ratzinger, la Biblia es la Palabra de Dios en cierto sentido, pero la Palabra de Dios es más grande que la Biblia. La última contiene la primera.
Aquí es oportuno hacer un comentario dirigido especialmente a los lectores protestantes.  La teología liberal ha desarrollado su propia teología de la Palabra, por lo cual la relación entre la Palabra y la Biblia se piensa de una forma dialéctica y existencial. En otras palabras, para algunas versiones de la teología liberal, la Biblia es un testimonio (falible) de la Palabra y se convierte en la Palabra de Dios, si alguna vez llega a serlo, cuando el Espíritu habla a través de ella. Ahora, la versión CR de la relación Palabra-Biblia se articula de una forma diferente. La premisa es la misma (o sea, la Biblia contiene  la Palabra) pero la fortaleza de la Palabra viene a través de la tradición de la Iglesia CR.
El desfase entre la Palabra y la Biblia no es existencial sino eclesial. La Iglesia es la cuna de la Palabra, tanto en su forma escrita del pasado (la Biblia) como en sus expresiones actuales (la Tradición). En este sentido, Benedicto XVI escribe: “La Iglesia vive en la certidumbre de que su Señor, que habló en el pasado, continua comunicando hoy su palabra por medio de su Tradición viva y su Sagrada Escritura. En realidad, la palabra de Dios que nos ha sido dada en la Sagrada Escritura como un testimonio inspirado de la revelación, a la vez que la Tradición viva de la Iglesia, constituye la norma suprema de la fe” (18). La Biblia se mantiene, pero debe ir siempre acompañada y además es superada por la tradición viva de la Iglesia, más amplia y más profunda, que es la forma de la Palabra actualmente. Entre otras cosas, esto significa que la Biblia no es suficiente por si sola para acceder a la Palabra y no es la norma final para la fe y la práctica. La Biblia debe completarse mediante el Catecismo de la Iglesia Católica que es “una significativa expresión de la Tradición viva de la Iglesia y una norma segura para la enseñanza de la fe” (74).
De este modo VD sustenta un punto de vista dinámico de la Palabra según el cual la Biblia es un estuche divino de la Palabra. Sin embargo, el punto de referencia definitivo de la Palabra es la Iglesia de la que la Biblia proviene y mediante la cual resuena actualmente la Palabra de Dios.
Muchas preguntas surgen a partir de la imagen descrita por VD que es totalmente coherente con el Vaticano II y, desde luego, con el Concilio de Trento.  Puesto que VD no es un tratado sistemático, sino una exhortación escrita, solamente se tratan algunos puntos para explicar la forma en que la Iglesia se relaciona con la Palabra.
Primero, el papel de las “revelaciones privadas”  ( p.e. las visiones marianas y las sucesivas revelaciones autorizadas por la Iglesia CR). Junto a la Biblia, “introducen nuevas prioridades, dan lugar a nuevas formas de piedad, o agudizan las antiguas” (14). Las revelaciones privadas son la base para los cultos marianos de Lourdes, Fátima y Medjugorie, por ejemplo. Para los evangélicos, estos cultos no encajan con la enseñanza bíblica fundamental, a pesar de que el método para las “revelaciones privadas” es la tradición de la Iglesia, no la Biblia sola. Para los CR cimentar la fe en la Biblia es importante, pero no concluyente. Existen pautas complementarias para el discernimiento espiritual que van más allá de la Escritura.
Segundo, la lectura “eclesial” de la Biblia.  Según VD, la Escritura no debe leerse nunca por cuenta propia. Su lectura debe ser siempre una “experiencia eclesial”, o sea, tiene que hacerse en comunión con la Iglesia. El tema que está en peligro no es únicamente el metodológico, o sea, hacer algo así como reemplazar la lectura privada por grupos de estudio a nivel parroquial presididos por un sacerdote, sino también el hermenéutico. “Una interpretación auténtica de la Biblia siempre tiene que estar en armonía con la fe de la Iglesia Católica” (30). Leer la Biblia es un ejercicio que se hace de conformidad con la iglesia institucional, tanto en sus formas como en sus resultados.
Aparentemente, hay mucha sabiduría en estas afirmaciones, considerando principalmente que existen riesgos reales de dejarse llevar por la fantasía, el individualismo, hacer interpretaciones torpes, etc., por parte de algunos lectores aislados de la Biblia. No obstante, aquí falta algo. Es muy desafortunada la actitud de una Iglesia que ha prohibido, durante siglos, la lectura de la Biblia en las lenguas vernáculas, y ahora no ofrece ni una simple palabra de arrepentimiento.
Por otro lado, resulta asimismo desconcertante que una Iglesia que ha evitado que la gente tuviera acceso a la Biblia hasta hace cincuenta años, no dedique ni una sola palabra a destacar la necesidad que tiene de autocorrección y vigilancia. Además, si la lectura de la Biblia debe hacerse siempre bajo la pauta de la institución, ¿qué ocurre si esta institución cae en el error, la herejía o la apostasía?  ¿Cómo corrige el Espíritu a una iglesia pecadora si no es mediante la Palabra bíblica? A lo largo de la historia de la Iglesia, la enseñanza de la Biblia tenía que hacerse, a veces, en contra dela iglesia institucional y en contra de su consenso. Unicamente una Iglesia que se autoproclama indefectible puede pedir total sumisión a “la vigilante mirada del sagrado magisterio” (45) sin encontrarse con un obstáculo final. Aquí está en juego la cuestión: ¿quién tiene la última palabra? ¿La Biblia o la Iglesia CR? Puesto que la Iglesia es “el hogar de la palabra” (52), VD responde: ¡la última!
Tercero, la práctica de la interpretación bíblica. Una lectura CR de la Biblia adecuadamente definida requiere la aceptación de la unidad del conjunto de la Escritura (“exégesis canónica”), así como también la obediencia a la Tradición viva de toda la Iglesia y la combinación entre el nivel de interpretación histórico-crítico y el teológico (34). La Iglesia CR recela de los dos extremos: Por una parte teme la arrogancia crítica que corta la unidad de la Biblia y rechaza sus orígenes divinos; por la otra, también desconfía del enfoque fundamentalista que ofrece interpretaciones “subjetivas”, “arbitrarias” y “antieclesiales (44). A este respecto se pueden hacer dos breves observaciones.
1.  Benedicto XVI es frecuentemente presentado a la opinión pública como un campeón de la “espiritual” lectura de la Biblia (p.e. su aclamado libro Jesús de Nazaret, 2007). Sin embargo, VD reconoce fácilmente los beneficios de los métodos histórico-críticos (32) al tiempo que rechaza sus demandas extremas cuando son contrarias a las consideraciones “teológicas”. Aunque no se considera un liberal, Ratzinger no pertenece a la misma tipología de erudición conservadora bíblica que puede encontrarse en los círculos evangélicos. Cualquier simple superposición enturbia las aguas.
2.  El fundamentalismo no se define de ninguna manera, pero es el destinatario de fuertes críticas. No se ofrecen referencias de la literatura fundamentalista pero en su lugar se hacen declaraciones negativas en lo que concierne a la teoría del dictado, o a la falta de reconocimiento del lenguaje bíblico como si estuviera ajustado a los tiempos y a las culturas. ¿Quién se cree que la Biblia fue dictada maquinalmente o que su lenguaje es de una realidad angelical? La impresión que se obtiene es que en este sentido VD juega contra un hombre de paja.
Cuarto y último, el contexto litúrgico de un enfoque adecuado de la Escritura. Leer la Biblia como una experiencia eclesial significa que debe hacerse en un contexto litúrgico establecido por la Iglesia CR. “El lugar privilegiado para la devota lectura de la Sagrada Escritura es la liturgia y, en especial la Eucaristía, en la cual, al celebrar el Cuerpo y la Sangre de Cristo en el sacramento, la propia palabra está presente y operando en medio de nosotros” (86). La audición de la Palabra de Dios es provechosa cuando se dan ciertas condiciones: la administración de la Eucaristía (54) y otros sacramentos (61), la Liturgia de las Horas (62), la práctica de obtener indulgencias (87), y la recitación del Santo Rosario (88). Según VD, la Biblia no puede nunca ir sola, sino que siempre debe estar rodeada de una parafernalia eclesiástica que informa, dirige y domina la lectura bíblica y su interpretación. Al hacerlo de esta forma, la Biblia nunca es libre  para guiar a la Iglesia sino que perpetuamente está condicionada por las prácticas extra-bíblicas de la Iglesia.
Es una buena noticia que la declaración papal aliente la lectura de la Biblia, pero el problema fundamental permanece: La palabra de la Verbum Domini  ¿es la de la Biblia o la de la Iglesia?

Autores: Leonardo de Chirico

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